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La búsqueda de sensaciones placenteras acompaña a los seres humanos desde el principio de su vida. No es extraño ver cómo, desde muy pequeños, los niños tienen erecciones y las niñas lubricación vaginal cuando se tocan los genitales o como respuesta a estímulos afectivos a través de las caricias, durante el baño o cuando son alimentados mediante el pecho materno. Todo esto se trata de algo normal.
A partir de los tres años, los niños ya han descubierto que la estimulación genital produce placer y suelen recurrir a ella primero en solitario y, posteriormente, a partir de los 6 ó 7 años, forma parte de sus juegos con otros niños. Poco a poco van aprendiendo a poner límites y comienzan a formarse ideas sobre la sexualidad basándose en los mensajes, verbales y no verbales, recibidos de los padres.
La actitud de los padres y los educadores hacia la sexualidad puede tener una gran repercusión en el futuro. La hostilidad puede provocar un rechazo o actitud de culpa hacia la sexualidad. La excesiva permisibilidad puede tener también efectos negativos, como en cualquier otra faceta del aprendizaje, al no establecerse límites entre lo adecuado o no de una actuación.
 
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